sábado, febrero 28, 2009

La novela de Guadalajara y los 10 libros más malos


Hace unos días, durante la visita de Heriberto Yépez —en la foto— a Guadalajara para impartir un taller de ensayo, fuimos invitados por el variopinto grupo de editores de la desaparecida revista Tedium Vitae a charlar sobre literatura mexicana contemporánea, en la cafetería de la hermosa Casa ITESO Clavigero, obra, ya saben, de Luis Barragán.
La charla discurrió entre preguntas, digresiones, quesos, carnes frías y buen vino tinto. Yépez habló también de la inaudita violencia en Tijuana. En suma, hablamos de la relación entre la literatura y la realidad, de jóvenes y ansiosos escritores y antologías pretenciosas, de revistas y libros. Casi al final de la sesión, René González preguntó por la ausencia de la gran novela de Guadalajara, más para advertir sobre el asunto que para reclamar por ese hueco en la literatura nacional. Quizá porque todos los escritores tapatíos han emigrado históricamente a la Ciudad de México o a otros lados, aventuré como respuesta. Y añadí que quizá algún día Dante Medina o Juan José Doñán se animarían a emprender tal hazaña.
Curiosamente, días después apareció en el diario Público la columna de Antonio Ortuño dedicada al mismo tema. Escribe Ortuño en "Condenados": "Hace unas noches tuve referencia de un asunto tan peregrino que dedicaré este espacio a dar vueltas en torno suyo. El asunto es este: un grupo de lectores, tapatíos tan inexorables que hasta celebran el juego de palabras promocional 'Orgu-Yo-Tapatío', trasmitieron un mensaje categórico a un escritor local. El mensaje, poco más o menos, rezaba lo siguiente: nos has decepcionado, como otros antes que tú, porque no has escrito la gran novela de Guadalajara".
¿A qué reunión se refiere Ortuño? ¿Existió de veras? ¿Quién es ese escritor tapatío que recibió el reclamo? Dudo que se trate de la misma a la que fuimos invitados Yépez y yo, pues nuestros distinguidos anfitriones están muy lejos de la vulgaridad chovinista de declararse orgullosamente tapatíos y, por otra parte, nunca hubo cosa parecida a un mensaje categórico a escritor local alguno.
Es lo malo, y lo molesto, de no llamar a las personas por su nombre. Y esto lo comenté hace meses con el mismo Ortuño cuando vino David Miklos a presentar su novela La hermana falsa. Nadie se aventura, por ejemplo, a publicar quiénes son los escritores mexicanos más malos, aunque los resultados de una miniencuesta privada que hice entre escritores de la Ciudad de México y Guadalajara arrojaran en primer lugar los nombres de Volpi y Villoro. ¿Qué les impide decirlo francamente en críticas y reseñas? ¿Pusilanimidad, compromisos, corrección política? A saber...

Después de un intercambio de mensajes electrónicos entre Heriberto Yépez, Antonio Ortuño y este tecleador, Antonio nos envió esta carta que aclara este asunto. Me permito reproducirla para que no queden dudas.

Señores
Lo primero: una disculpa a Heriberto por haber tomado de su comentario el pie para escribir algo esencialmente distinto a lo que él me refirió.
No conozco, ni Yépez mencionó, a los asistentes de la reunión de marras. La tomé de pretexto, en parte, para un texto que de todos modos iba a escribir. Yépez no transmitió una versión distorsionada: yo la distorsioné para escribir lo que me pegó la gana. Eso sí: lo hice porque el comentario referido por Heriberto coincide en parte con el contenido de ciertos reclamos concretos, dirigidos a mí, tanto por dos mencionados por Rogelio como posibles autores hipotéticos de la "gran novela tapatía" como por otras lumbreras municipales. Genios que ven como una injusticia que Jalisco no sea el "invitado de honor" de la FIL (vaya ridiculez), que creen que hay algo como "lenguaje tapatío" y que toda persona nacida en esta ciudad debe inventarse abuelos alteños o rulfianos, aunque en realidad hayan sido croatas, y escribir en su honor odas a la tostada y el cuerito. Abomino, como nativo de esta ciudad y al respecto de ella, de la literatura de miras municipales (no nos hagamos como que no existe o como que lo que se pide es que se escriba el Ulises de Zapopan) y por ello improvisé la ficción de la reunión.
Rogelio: lo interesante de la "gran novela tapatía" sería que fuera una gran novela y no que fuera tapatía, ¿no? Otra cosa: ya hemos discutido el asunto de poner o no datos y nombres concretos en los textos. No lo hago porque no trato de denunciar a nadie específico, sino de discutir, así sea de modo irónico, ciertas ideas. En un sentido contrario, pero con la misma libertad, tú te reservas los nombres de quienes hicieron la lista de los supuestos peores libros del año y redactaron cada una de las entradas. Supongo que lo mío puede ser llamado cobardía o exceso de corrección, pero al menos firmo lo que escribo y no publico (por poner un ejemplo) una tontería tan grave como que Emiliano Monge no sabe redactar y luego no respaldo mi dicho con la firma de un ser humano verificable. Vaya valentía: tirar la piedra y esconder la mano, como dice el refrán. Como editor (y nunca me han faltado elogios para tu trabajo, merecidos todos, así que no tomes esto por un cebollazo) te corresponde la decisión de permitir o no que tus colaboradores firmen sus textos. Como escritor, tengo la libertad de decidir emprenderla a golpes contra personas con nombre y domicilio fiscal o de hacerlo contra espantajos que representen a lo que quiero atacar.
 Me parece que la discusión amerita un texto, que bien podría publicarse en Replicante, sobre la ética de los escritores.
Recibe un abrazo.
Y otro a Heriberto y, de nuevo, una disculpa por embarrarlo en un lío que no le toca.
Antonio Ortuño

En el reciente número de Replicante publicamos la lista de Los 10 peores libros del 2008, que hicimos entre varios miembros de la mesa de redacción, del consejo editorial y con las aportaciones de varios colaboradores (es decir: Rubén Bonet, Eve Gil, José Ramón López Rubí Calderón, Ariel Ruiz Mondragón, Héctor Villarreal, Rogelio Villarreal, Heriberto Yépez). Aquí va:

Los 10 peores libros del 2008
(escritos por debutantes o famosos, da igual)


¿Por qué los diez peores? Porque para llegar a esa conclusión hay más consenso que si se tratara de los diez —o cincuenta— mejores, si hemos de creer a las revistas culturales más añejas. Por eso Replicante quiso saber la opinión de críticos, editores, lectores, abogados, secretarias y boleros para poder enlistar los diez libros más malitos publicados en México durante el año pasado. Para ello se envió un correo electrónico a más de un centenar de personas, se hicieron algunas llamadas y se mandó un recado con un mensajero; de las cien, solamente respondieron treinta, las demás se disculparon con el pretexto de la navidad y las vacaciones. Por cuestiones de seguridad —los escritores son tan vengativos como los narcos— decidimos no publicar sus nombres. He aquí los títulos que a juicio suyo resultaron los diez peores libros de 2008 en México. (Si tu novela o libro de cuentos o ensayos no aparece en esta relación, no te preocupes, o es muy bueno o no lo leyeron.)

1 La voluntad y la fortuna, de Carlos Fuentes. A estas alturas, ¿quién no sabe que Fuentes dejó hace muchos años de escribir literatura seria para maquilar novelas supuestamente exitosas?

2 Chiquita, del cubano Antonio Orlando Rodríguez. Sólo puede explicarse que esta novela insoportable y sin méritos literarios haya obtenido el Premio Alfaguara porque Jorge Volpi fue parte en el jurado.

3 El jardín devastado, de Jorge Volpi. Hecha de retazos retóricos, no inspira sino compasión. Unas cuantas frases contundentes no evitan su fracaso por la grandilocuencia y escasa imaginación. Sólo puede explicarse que esta novela insoportable y sin méritos literarios haya obtenido el tercer lugar de esta elección porque Jorge Volpi votó para que La voluntad y la fortuna y Chiquita obtuvieran los dos primeros lugares.

4 Maridos, de Ángeles Mastretta. Como si sus libros anteriores no fueran suficiente razón para ya no publicar uno más, a principios de 2008 comenzó a circular este borrador de novela que relata las ideas anacrónicas de una señora y sus amigas. Ninguno de los que votaron por ésta pudo ir más allá de las primeras treinta páginas.

5 Arrastrar esa sombra, de Emiliano Monge. Con todo y errores de redacción y notable falta de oído, este libro de cuentos de realismo aburrido hace pensar que Sexto Piso ya está publicando a sus amigos. Ojalá regresen a los buenos títulos y no echen a perder su prestigio o, por lo menos, abran una colección para publicar a sus cuates que se llame Cuarto de Azotea.

6 La última partida, de Gerardo Piña. Si David Miklos escribe como Cristina Rivera Garza pero sin la gracia de esta escritora, ¿qué puede esperarse de un escritor debutante que aspira a escribir como Miklos? Éste es el caso de Gerardo Piña con su libro trasnochado, migrañoso y desvariante. Frases que hubieran hecho palidecer a Schopenhauer, como “Sabemos que no estamos muertos... porque estamos vivos”, obligan al lector a abandonar tan erudita lectura en la página 17.

7 Pétalos y otras historias incómodas, de Guadalupe Nettel. No es que sea tan malo. Es equis. Sólo es el que más queda a deber respecto de su pretenciosa publicidad (especialmente de sus reseñistas y comentaristas). Afectación pura desde la primera hasta la última línea (en los cuentos de Nettel y en los cuentos que de ellos han hecho sus publicistas).

8 Pedro Infante, las leyes del querer, de Carlos Monsiváis. Con su inconfundible y confuso estilo barroco autocitado, Monsiváis ensalza la pobreza y la solidaridad familiar en las películas del ídolo mexicano. Monsi solía publicar mucho periodismo prescindible pero pocos libros; este año, con tres títulos hechos al vapor, rompió su regla y ahí están los resultados: libros improvisados que no añaden nada.

9 Punks de boutique, de Camille de Toledo. Lo que pudo ser un buen libro didáctico de un joven escritor francés se volvió, por su arrogancia y cursilería, un mamotreto de ideas consabidas para lectores light que se deslumbran con facilidad. Esperemos que el autor no vuelva a reclamar airadamente que se le reseñe mal en México, donde debería rendírsele culto a un francés tan ilustre como él.

10 Informe, de Rafael Lemus. ¿Informe de su obsesión literaria por Mario Bellatin y Guillermo Fadanelli, autores a los que intenta emular, peor aún, mezclar? Aunque jure que su muso es Efrén Hernández, este libro prueba que, como Christopher Domínguez, es mejor que Lemus siga haciendo crítica venenosa que narrativa monótona.

Y los tres más malos en el ámbito de la política

1 La década perdida, de Carlos Salinas de Gortari. Su lectura no deja dudas: él fue el mejor presidente de la historia mexicana —según él, of course.

2 La gran tentación, de Andrés Manuel López Obrador. Su lectura no deja dudas: uno de los políticos más hábiles y chantajistas de la historia mexicana, ahora casi un cadáver político.

3 La ruptura que viene. Crónica de una transición desastrosa, de Porfirio Muñoz Ledo. Lenin redivivo, Muñoz Ledo apuesta ahora por el derrocamiento del Estado liberal y el establecimiento del populismo obradorista.

viernes, febrero 27, 2009

Los pueblos judíos


[publicado en Milenio semanal el domingo 22 de febrero]

La idea de que el pueblo israelita es uno y que desciende de los habitantes de los reinos de Judea e Israel pertenece más a la leyenda que a la realidad. Esto es lo que afirma el historiador Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv y autor de Cómo se inventó el pueblo judío, de próxima aparición en Fayard, París. Esto obedece a una interpretación literal del Antiguo Testamento, que narra la huida de Egipto de los hebreos y su establecimiento en la Tierra Prometida hasta los exilios que siguieron a la destrucción del Primer Templo en el siglo VI a.C. y del Segundo Templo en el año 70 d.C., cuando se sucedería la diáspora y una errancia de dos milenios por el norte africano, Yemen, la antigua Sefarad —España— y posteriormente Alemania, Polonia y Rusia. A pesar del tiempo y la distancia el pueblo judío habría preservado los lazos de sangre, y el viejo deseo de Rosh Hashanah (el año nuevo) “El año que viene en Jerusalén” se haría realidad para los sobrevivientes del Holocausto y judíos de otras partes del mundo. El retorno a Palestina, habitada por una minoría sin arraigo, justificaría las guerras de posesión.
Se trata de una historia lineal que no había sido cuestionada nunca y que se originó en la reconstrucción del pasado a partir de “fragmentos de memoria religiosa, un encadenamiento genealógico continuo para el pueblo judío”; una reconstrucción moderna —finales del siglo XIX y comienzos del XX— producto de los “departamentos de historia judía”, separados de los de “historia general” en las universidades israelíes, cuyos propaladores nunca han discutido con historiadores con mayores recursos interdisciplinarios.
La Biblia es un libro que tiene que ver más con la teología que con la historia. Sin embargo, historiadores sionistas encontrarían en los relatos de Abraham, la salida de Egipto y el reino de David los primeros capítulos de la historia nacional, la cual fue convertida “en alimento cotidiano de la educación nacional”.
La investigación interdisciplinaria ha desmontado el discurso de la historia judía sionista y cimbrado las “verdades bíblicas”, cuestionando el éxodo del siglo XIII a.C., como también la conducción de los hebreos por Moisés hacia la Tierra Prometida, ya que en esa época Palestina estaba ocupada por... los egipcios. No hay registros de una rebelión de esclavos en el imperio de los faraones ni de la conquista de Canáan. Así, varios acontecimientos narrados en la Biblia son desmentidos por la ciencia, hasta llegar al año 70 y la supuesta expulsión de los judíos por los romanos. Pero sucede que “los romanos nunca expulsaron a ningún pueblo en la región oriental del Mediterráneo”, dice Shlomo Sand, y plantea una primera conclusión: los pobladores de Judea siguieron viviendo en esas tierras hasta nuestros días.
La siguiente afirmación es que la mayoría de las numerosas comunidades judías dispersas provienen de una larga serie de conversiones masivas, muchas veces forzadas y muchas otras voluntarias, como las de los reinos de Adiabeno en el siglo I, en el actual Kurdistán, y el inmenso reino jázaro en el Cáucaso en el siglo VIII, y posteriores conversiones de eslavos —base de la cultura yidish—, así como de bereberes en el siglo VII, los que participarían más tarde en la conquista árabe de España. La investigación de Sand desmiente el mito fundacional judío y obliga a repensar en la necesidad de un Estado en el que puedan convivir distintos pueblos árabes y judíos con orígenes comunes pero también muy diversos.

viernes, febrero 20, 2009

Ya no quiero ser mexicano

Artículo publicado en Milenio Semanal el domingo 15 de febrero.

En la novela de Cormac McCarthy Meridiano de sangre [1985] el juez Holden dice: “En México no hay gobierno. Qué diablos, en México no hay Dios. Ni lo habrá nunca. Nos enfrentamos a un pueblo manifiestamente incapacitado para gobernarse. ¿Y sabes lo que ocurre con el pueblo que no sabe gobernarse? Exacto: que vienen otros a gobernar por ellos”. Aunque el demoniaco exterminador de indios y mexicanos se refería al México de 1847, esta sentencia podría haber sido proferida hoy, cuando el crimen mantiene en jaque al Estado y a la población y la clase política ha hecho retroceder mezquinamente el avance de una democracia macilenta, en la antesala de una crisis que será devastadora si hemos de creer a Carlos Slim.
Según datos de la Procuraduría General de la República, en 2007 se cometieron más de un millón y medio de delitos —violaciones, atracos, asaltos, robos, fraudes, secuestros y homicidios: cerca de 1,500 por cada cien mil habitantes—, y es de esperarse que la cantidad aumentó notoriamente en los últimos dos años, sobre todo si consideramos la cifra negra de los delitos no denunciados y no registrados en las estadísticas [www.icesi.org.mx]. Por cierto, muchos mexicanos también señalan como delincuentes a la mayoría de los congresistas y funcionarios, cuyo botín es el país entero.
Mauricio Bares encontró un afortunado título para su libro de crónicas Ya no quiero ser mexicano [Nula, 2007], que tomo prestado para esta nota. “Estoy convencido de que existen muchos más mexicanos de los que yo calculo que ya no desean serlo, incluido yo”, confiesa el también literato J.M. Servín en el prólogo a esa sarcástica colección de relatos. ¿A qué se debe este creciente y loable desprecio a la idiosincrasia nacional priista-guadalupana? Puede ser que, al vernos reflejados en el espejo de nuestros gobernantes, legisladores y narcotraficantes, nos aterra y escandaliza la imagen que nos devuelve. No es del todo cierto que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, pero sí que quienes nos “dirigen” provienen de nuestras filas. El poder, el acceso a las arcas y la impunidad hacen el resto: “Yo no quiero que me den, sino que me pongan donde hay”.
Personalidades y organizaciones ciudadanas han expresado públicamente no sólo su hartazgo y frustración, sino también su reclamo a las autoridades para que rescaten el Estado de derecho. Hasta ahora, eso ha sido en vano. ¿Cómo recuperar el país para esa franja de mujeres y hombres atrapados entre dos fuegos? “¿Tiene México compostura?”, pregunta desde Tijuana el crítico Heriberto Yépez. “El sentido común responde que sí, pero hace falta ser un bobo, miembro de algún partido o profesional de la retórica vacía para creer que México aún tiene salvación como proyecto humano. Nos hemos convertido en una amenaza grave para la existencia de la humanidad en este territorio. Esta cultura fracasó. Como narcopaís, donde imperan la fraudulencia, la corrupción, la pobreza económica y espiritual, la mentira mediática, la puerca ‘Neta’ popular, la absurda fe religiosa, la impunidad e irresponsabilidad total, la única solución”, concluye Yépez drásticamente, “es erradicar la cultura mexicana”.
Un atisbo de solución podría ser, mediante la educación, empezar a despojarnos de esos atavismos de una vez y para siempre y trascender esa falsa identidad plagada de mentiras oficiales. El dilema es si podremos transformarnos en un país exitoso o iremos directo al fracaso. ¿O dejaremos que sean otros los que nos gobiernen, como advertía el juez Holden?


A propósito de Bares, a quien cito en este artículo, me escribió José Mariano Leyva para comentarme sobre la edición facsimilar de A Sangre Fría, lo cual es de celebrarse —aunque la zalamera entrevista con el "criminal" Guillermo Quijas, mandamás de Almadía, sale sobrando, y más por utilizar un recurso tan trillado. Le comenté a Leyva que parece que nadie se acuerda de La Regla Rota, que publiqué de 1984 a 1987, ni de La Pus moderna, de 1989 a 1996... con cientos de colaboraciones de autores jóvenes —incluyendo al propio Bares— y viejos que ahora son respetables integrantes del establishment cultural. Desde luego, no me la paso solicitando que algún valiente y sensible editor se arriesgue a publicar esas dos revistas, pero, ¿habrá algún saleroso estudiante que quiera hacer su servicio social escaneando varios cientos de páginas de esas dos publicaciones? No se aburrirá, por cierto, y podríamos ofrecerlas gratuitamente en la red...

lunes, febrero 09, 2009

Replicante 18, en la calle...


La fiesta llega a Replicante

En su nueva edición, correspondiente al trimestre febrero-abril, la publicación indaga en el sentido de las festividades y celebraciones desde la historia, el arte, la literatura, la música y el cine.

La edición no. 18 de la revista cultural Replicante [vol. V, año 5] está dedicada a descubrir el sentido de la fiesta, desde sus más remotos orígenes hasta sus más modernas e insólitas manifestaciones. En su sección PENSAMIENTO Y REFLEXIÓN la publicación reproduce la histórica conferencia de Mijail Bajtín sobre “Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, un acercamiento al carnaval y al humor del célebre teórico y crítico literario ruso. Sobre el sentido oculto de las festividades escribe Héctor Villarreal; el dramaturgo Enrique Olmos de Ita habla de las Bacantes y sus extáticos rituales y Raúl Olvera lo hace en torno al frenesí y el equilibrio en la fiesta. La polémica crítica de arte Avelina Lésper ensalza la utopía sadiana, el historiador José Mariano Leyva rememora la liturgia del ajenjo y el periodista Rogelio Garza transita de los antiguos misterios de Eleusis —lugar de culto a Deméter, diosa griega de la fertilidad— a los de Valle de Bravo.

Raúl Silva entrevista a Leonardo Da Jandra sobre su libro La hispanidad, fiesta y rito, y Ariel Ruiz conversa con Ramón Rojo, creador del famoso sonido La Changa. Además, en la sección de APUNTES Y CRÓNICAS, Teresa Dovalpage, Fernanda Melchor y otros cronistas ofrecen visiones y revisiones de los carnavales y fiestas de La Habana, Montevideo, Alvarado, Juanchorrey, Iztapalapa y Galicia. No podía faltar la reseña de las fabulosas fiestas de los narcos, como tampoco la reflexión sobre el desencanto de John Lennon cuando “la fiesta terminó”.

En NOTICIAS Y RESEÑAS se presenta la segunda entrega del “Cómic intelectual”, de Jorge Aviña —ilustrador del Libro Vaquero—, con el tema “Los premios de Ignacio Padilla”. También figura la lista de “Los diez peores libros del 2008” según los redactores de la revista y las reseñas de las novedades en libros, música, cine, arte, teatro y literatura gráfica.

Finalmente, en EL FOLLETÓN, Adrián Curiel Rivera discurre críticamente sobre “El Crack y la generación inexistente”, en tanto que Guadalupe B. Aldaco cuestiona una “Crítica esquizofrénica de Cien años de soledad” y Alejandro de la Garza desmenuza Casi nunca, la nueva novela del premiado Daniel Sada.

Replicante estrena con este nuevo número su blog www.revistareplicante.wordpress, en el cual los colaboradores abundarán sobre noticias y textos de actualidad.
Además, en el sitio web de la revista: www.revistareplicante.com, otros textos que no se incluyen en la edición impresa.

Replicante se vende en las tiendas Sanborns, las librerías Gandhi, Fondo de Cultura Económica, Educal Libros y Arte y otros puntos de venta en todo el país. En Tijuana: Librería Sor Juana (www.tijuanalibros.com) y Librerías El Día (Tel. 684 0908). En Guadalajara: puesto de periódicos de Av. Américas y Morelos; Librería México (Plaza del Sol); Cafetería El Sorbo (Plaza del Sol); Librería Ítaca (Marsella y López Cotilla).

Sitio web: www.revistareplicante.com
Correo electrónico: editorial@revistareplicante.com
Números atrasados: lectorio@gmail.com

Contenido del no. 18
PENSAMIENTO Y REFLEXIÓN
De festividades, conservación del orden y supervivencia, Héctor Villarreal
Bacantes after party, Enrique Olmos de Ita
La fiesta, frenesí y equilibrio, Raúl Olvera Mijares
François Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Mijail Bajtín
La utopía sadiana, Avelina Lésper
La liturgia de la decadencia. La fiesta del ajenjo, José Mariano Leyva
De Valle de Bravo a Eleusis en un trip entre el ácido y el ergot, Rogelio Garza
La prueba del ácido, Luis Castrillón
La fiesta del monstruo, Iván de la Torre
La hispanidad, fiesta y rito. Entrevista a Leonardo Da Jandra, Raúl Silva
La fiesta patronal de Juanchorrey, Zacatecas, Kenia Ortiz
Una mirada al carnaval afrouruguayo, Rafael Juárez Sarasqueta
Embriagar a las estrellas, Rafael Toriz
Sonido La Changa. Los inicios de la fiesta sonidera. Entrevista a Ramón Rojo, Ariel Ruiz Mondragón
Fiesta en el Gólgota, Said Javier Estrella
Los comedores de pulpo, Pablo Santiago
Fiestas irrespetuosas de manteles largos, Alberto Allende
Una boda memorable, J. Manuel Lomelí
El Maestro Garcés, Ulises Corona Samayoa
John Lennon: la fiesta terminó, Iván de la Torre

APUNTES Y CRÓNICAS
Érase una vez, fotografías de Ambra Polidori
“El Proyecto de las Morras”, Interdisciplinario La Línea
Ballenas en el cielo de Juárez, Magali Velasco Vargas
Poemas en Chihuahua, Buba Alarcón
Nuevos apuntes sobre turismo fúnebre, Pedro Trujillo
Sapo crucificado, Víctor Ortiz Partida
Ciudad. Once años, Edgar Velasco
Polvos de cartón, Esther Díaz
Artifariti. El caballo de Troya saharaui, Valeria Saccone
El cielo prometido, Mara Muñoz
Carnavales de La Habana 2008, Teresa Dovalpage
El encierro de burros de Alvarado, fotografías de Pedro Audirac, texto de Fernanda Melchor

RESEÑAS Y NOTICIAS
LECTORES QUE ESCRIBEN - LIBROS Y AUTORES Los 10 peores libros del 2008 / El cómic intelectual: “El invencible” / Terra cognita, de Mauricio Montiel Figueiras / Al otro lado, de Heriberto Yépez / Ateo Dios, de Enrique Olmos de Ita / Imperio, de Rocío Cerón / Por culpa de Candela, de Teresa Dovalpage / La estupidez. El pánico: Heptalogía de Hieronymus Bosch, de Rafael Spregelburd / Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad, de José Ribas / Vie et mort de la jeune fille blonde, de Philippe Jaenada / Manu Chao. Música y libertad, de Alessandro Robecchi / Invitación a una bacanal / Periodismo y publicidad - BUZÓN HACHE: Novedades en inglés - TIEMPO FUERA: El terror de la irracionalidad - CINE Bully, mentes perdidas, de Larry Clark - MÚSICA 3MotherFunkers y Troker / Duos III, de Luciana Souza / The Hungry Saw, de Tindersticks - PROSA SONORA / A Mad & Faithfull Telling, de DeVotchka / Lie Down in the Light, de Bonnie “Prince” Billy / Holy Pictures, de David Holmes / Un día, de Juana Molina / Black Ice, de AC/DC / Dear Science, de TV on the Radio - CÓMICS I Shall Destroy all the Civilized Planets!, de Fletcher Hanks - LITERATURA GRÁFICA - TEATRO La venganza y el arte de ser breve (La Orestíada), de Michael Thalheimer - ARTE El Museo Universitario de Arte Contemporáneo / Videoinstalaciones, de Marina Abramovic

EL FOLLETÓN
Entre el Crack y la generación inexistente, Adrián Curiel Rivera
Una crítica esquizofrénica sobre Cien años de soledad, Guadalupe Beatriz Aldaco
Del procedimiento Sada a la comedia ranchera, Alejandro de la Garza
Vasili Grossman y la pertinencia del terror, Francisco Arvizu Hugues
Michael Crichton o el regreso de la aventura, Manuel Guillén
Margo Glantz. De mujeres y diletantes sublimes, Raúl Olvera Mijares
Culpas de occidentales, Adriana Díaz Enciso
Rudo y Cursi, José Felipe Coria
Zorba el Gringo y el tesoro de Stavros, Leonardo Rodríguez
La historia de las orgías, Jorge Rueda

Portada: “Divided Soul” © David Alan Harvey / LatinStock / Magnum Photos
Gráfica de Marina Abramovic, Pedro Audirac, Rafael Aviña, Pablo Balbontin, María Cervantes, Ignasi Deulofeu, Gustave Doré, Richard Dumas, Eko, Federico Gama, John Haynes, Martin Kippenberger, David Korchin, Sebastian Kruger, Emiliano Martín, Francisco Mata, Pedro Meyer, Abraham Orozco, Ambra Polidori, Terry Rodgers, François Roettiers, Ariel Ruiz, Eduardo Salgado, Chema Skandal, Alan Tannembaum, Salvador Tuset, Ricardo Velmor, Timothy Vermeulen, Giorgio Viera

viernes, febrero 06, 2009

La revolución del Nortec


Hace un par de días fui al concierto de Bostich y Fusible, en el ITESO. Recordé un texto inédito que escribí hace varios meses, cuando el colectivo Nortec vino a Guadalajara y ofreció un concierto con la banda Aguacaliente. La foto es de Luis Ponciano/ITESO.

No bailes de caballito / que te voy a regañar
Si entre los años setenta y ochenta el Bar León —en la céntrica calle de Brasil de la Ciudad de México— fue el punto de reunión de estudiantes e intelectuales universitarios que se habían tropezado de pronto con la rumba —debido sobre todo a las visitas y la promoción de Froylán López Narváez y Carlos Monsiváis—, a principios de los noventa el Salón Pacífico —en la esquina de Bucareli y Morelos— se atiborraba de gente menos cultivada, o más sencilla, deseosa de practicar un ajetreado baile de moda que desplegaba figuras acrobáticas parecidas a las de los clásicos ritmos del swing y el rocanrol. La quebradita había llegado del norte —después de haberse propagado por la franja costera del Pacífico de Sinaloa a California y a toda la frontera norte— pero la bailaban ya con temeridad lo mismo migrantes proletarios y soldados rasos que burócratas y muchachas humildes y hasta de la altiva clase media de todas las regiones del país arraigados en la capital. Pocos lugares en ese entonces podían presumir de alojar entre sus muros húmedos un verdadero muestrario de los diferentes fenotipos nacionales. Apretujados y sudorosos, todos respondían con alborozo a la música grabada o en vivo de bandas como la del Recodo, Machos, R-15, Lobo y, entre otras de inusitado éxito, El Mexicano, con una canción que se volvió la más coreada de todas:

Atención muchachas
Ya llegó su majestad
El rey del baile del caballito
Mi banda el mexicano.
Cuando vas al baile
Cuando te dice tu mamá
Cuando vas al baile
Cuando te dice tu mamá.
No bailes de caballito
Que te voy a regañar
No bailes de caballito
Que te voy a regañar.
Cuando llegas al baile
Te dice tu papacito
Cuando llegas al baile
Te dice tu papacito.
Vente mamacita
A bailar de caballito
Vente mamacita
A bailar de caballito.
Te toma bien apretada
Te coge por la cintura
Te toma bien apretada
Te coge por la cintura.
Tú mueves muy bien los hombros
Y la cadera con sabrosura
Tú mueves muy bien los hombros
Y la cadera con sabrosura.
Luego te dice al oído
Chiquitita linda pechocha
Pepirimama
Como te quiere tu papá ve.
Atención el rey ordena en banda
A bailar de caballito
Aunque se enoje tu mamá.
Las chicas de medias negras
Mueven bien la cintura
Las chicas de medias negras
Mueven bien la cintura.
Los hombros también los pies
Y la cadera con sabrosura
Los hombros también los pies
Y la cadera con sabrosura.
Germán ya lo está bailando
Jorge, pancho y casimiro
Germán ya lo está bailando
Jorge, pancho y casimiro.
Bailando de caballito
Con todas se dan un tiro
Bailando de caballito
Con todas se dan un tiro.
Cuando vas al baile
Cuando te dice tu mamá
Cuando vas al baile
Cuando te dice tu mamá.
No bailes de caballito
Que te voy a regañar
No bailes de caballito
Que te voy a regañar..
[“El baile del caballito”]

El ritmo de la banda no era muy complicado y las letras iban de lo anodino a lo cómico o vulgar, inevitablemente machistas (aunque los miembros del club de fans oficial de Los Tigres del Norte, una banda que había emigrado a comienzos de los setenta de Mocorito, Sinaloa, a San José, California, y contaría pronto con éxitos como “Contrabando y traición” [1971] y “La banda del carro rojo” [1973], afirmen que “Desde sus inicios, la carrera artística de Los Tigres Del Norte fue cimentada sobre una base sólida de principios y valores muy arraigados a su cultura; el honor, el orgullo y el respeto” [...] “Además, el grupo siempre le ha dado su lugar a la mujer tratándola con respeto en sus temas y el de no glorificar el tema de ‘narcóticos’, simplemente expresarlo como estar relatando una historia” [sic en www.club-tigresdelnorte.com]). Una artista plástica con espíritu antropológico me dijo en el Pacífico, al ver las vertiginosas cabriolas de las parejas con ajustados vaqueros, fajos piteados, camisas a cuadros, tejanos y botas, que “mientras más se va al norte, más simple se vuelve la música” (o tal vez dijo “corriente”). Quizá tenía razón, si atendemos a la riqueza armónica y letrística de los huapangos y las zandungas, de los sones huastecos y otros géneros del sur y el sureste y la confrontamos con la llaneza aparente de tamboras y redovas, rancheras, el pasito duranguense regurgitado en Chicago y las cumbias norteñas —aun las que han reciclado músicos regiomontanos como Celso Piña o El Gran Silencio. Sin embargo, hay un trasfondo histórico más sustancioso en esos aires estridentes ejecutados a golpes de tuba, trompetas y acordeones y potenciados por bajos y guitarras eléctricas, teclados electrónicos y un ensamble de percusiones. Las nostálgicas canciones cardenches eran desconocidas para nadie que no fuera un lagunero adulto y enterado, y pocos sabían apreciar los juegos y sutilezas verbales de los surrealistas corridos del Piporro o la lírica desgarrada de la arrabalera dipsómana Chelo Silva —cuyas canciones fueron expropiadas años más tarde y más lucrativamente por Paquita la del Barrio. (Al sur, la banda del pueblo de Tlayacapan interpreta con gracia a los Beatles y la de San Mateo del Mar ejecuta increíbles versiones psicodélicas de piezas populares.)
Pero, ¿estaba la música norteña, o la de banda, más específicamente, destinada a entonar siempre las mismas historias de despecho y odio a voluptuosas mujeres que se resisten a frotarse con rancheros ventrudos y bigotones, como los que desfilan incansablemente por el canal de TV Bandamax? ¿Ensalzaría eternamente esa banda sonora las aventuras de criminales y antihéroes transfronterizos? Probablemente la artista con alma de antropóloga tenía razón y la música norteña se hallaba en un callejón sin salida, incapaz de renovarse y ofrecer al menos mejores arreglos y letras más ingeniosas —y algo más que los socorridos efectos chirriantes de los novedosos teclados electrónicos. ¡Qué lejos se encuentran los norteños de hazañas portentosas como las de los soneros veracruzanos que improvisan con imaginación casi borgiana! Qué bien harían más Piporros de estirpe grouchomarxista al norte del trópico de cáncer: “La mamá de Rosita, mujer de antes, se encargaba en remendar los calcetines y el calzón del viejo, que salió muy lumbre pa’ la ropa: no sabía hacer más gracia más que estar sentao. Le decían el minero, tenía oro en la boca, plata en las sienes y plomo en las patas [Piporro, “Rosita Alvírez”].

El Che no baila tango, baila ska!
Astor Piazzolla (1921-1992), el revolucionario del tango, sufrió el desprecio y los denuestos de músicos tradicionales que lo culpaban de haber pervertido ese popular género argentino. Burlón y retador, Piazzolla prefirió llamar “música contemporánea de la ciudad de Buenos Aires” a su afortunada mixtura de tango, jazz y un poco de música clásica. En los años sesenta el músico porteño que había estudiado con Nadia Boulanger y tocaría después el bandoneón con la orquesta de Aníbal Troilo defendía con genio y pasión su nueva música y desafiaba a los conservadores tocando de pie su instrumento y vestido de manera informal. Hoy sus más de cincuenta discos son un legado invaluable y su influencia en músicos actuales es palpable. Agrupaciones como Gotan Project y Bajofondo Tango Club han alcanzado el reconocimiento mundial gracias a sus composiciones que funden venturosamente el viejo tango con la música electrónica.
En México, desde los años ochenta han brotado grupos que pretenden fusionar el rock y distintos ritmos caribeños, sobre todo el ska, con géneros populares locales. Desde los tiempos de Maldita Vecindad, Caifanes, Tijuana No y Café Tacuba, muchos grupos han producido apenas un puñado de piezas logradas y una inesperada avalancha de pastiches y escuálidos homenajes a Tin Tán —muy por debajo de la gracia y versatilidad del cómico y cantante—, el Santo y otros personajes de la cultura popular. La voraz comercialización discográfica y televisiva de esas bandas las hizo distorsionar casi inmediatamente sus discursos populacheros para convertirlos en peroratas patrioteras y acartonadas defensas —¿contra quién?— del rock en tu idioma, al que había que apoyar a toda costa si se era mexicano, roquero y... nacionalista. Aun hoy el líder del grupo Jaguares hace declaraciones como ésta:

"En lo personal tuve una experiencia grandiosa con los lacandones. Fueron muy generosos y me recibieron con mucho cariño y fraternidad. He vivido temporadas largas en la selva y me he dado cuenta que el mundo indígena es un mundo que no conocemos, y que ha estado ahí con una sabiduría infinita. Lo mismo pasa con los indígenas de Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Sonora. Tú y yo somos mestizos, pero no nos acercamos a los verdaderos mexicanos” [Saúl Hernández, entrevistado por Sergio G. Morales, suplemento O2 de la Gaceta de la Universidad de Guadalajara, 28 de mayo de 2007].

Músicos como Saúl se muestran orgullosos de su mexicanidad y por ello demandaron apoyo y reconocimiento en sus comienzos. Aunque con frecuencia citaban a Tin Tán como fuente de su inspiración, después del levantamiento zapatista sólo parecen reconocer como “verdaderos mexicanos” a los indios.
En sintonía con la globalización, muy pronto los grupos locales se hermanaron con bandas extranjeras —vascas, catalanas, francoespañolas y argentinas—, reforzando sus posturas nacionalistas y alineándose al credo antimperialista de Manu Chao y su paradisiaca utopía socialistoide —incluyendo la abierta simpatía por el régimen totalitario de Castro—, sin fronteras, sin documentos y con mariguana para todos (tarjeta American Express en el bolsillo, mi hermano). Una andanada de grupos mexicanos, sobre todo, produjo en tiempo récord miles de canciones a ritmo de ska, enderezadas todas contra el sistema, con la imagen del homofóbico Che Guevara contemplando cada rabioso concierto. Hoy en día es posible constatar el éxito de muchas “nuevas” piezas de ese corte en las voces guerrilleras de los hispanos Fermín Muguruza, Amparanoia o La Kinky Beat (“con un fuerte discurso antiglobalización”, según una nota periodística en la que también se lee que la música de esta banda barcelonesa es, ni más ni menos, “ecléctica, nutrida de géneros como rocksteady, reggae, hip hop, punk, samba, electrónica y ritmos como el jungle” [“La Kinky Beat llega con su jungla”, Público, 16 de mayo de 2007)]. En este país, en sentido contrario al de Piazzolla y afrentando a la diversidad por la que tanto claman, cientos de clones de la banda original tocan siempre la única rola de ska que han logrado componer trabajosamente en veinte años. Es el soundtrack de la película globalifóbica. Flagrante retroceso: un forzado intento de fusión que se estancó en la confusión —y en el marasmo ideológico.

La otra globalización: nuevos aires de Tijuana
Es seguro que a Bob Marley y a Peter Tosh, lo mismo que a The Specials o a Madness, les habría apenado tal pobreza musical en los reducidos derivados de los géneros y subgéneros que tan empeñosamente crearon en Jamaica y en la Gran Bretaña. Celia Cruz, en cambio, celebraba con gozo juvenil la rumba revolucionada del colombiano Joe Arroyo y sus tonificantes arreglos a “Otra noche” o “En Barranquilla me quedo”, de la misma manera en que los tangueros electrónicos de hoy rinden tributo al añorado Piazzolla en cada composición. Entre otros fértiles experimentos musicales están los de los músicos del raï argelino y los de diversos grupos europeos con colaboradores antillanos, africanos y asiáticos: “Desde una perspectiva cultural”, observan Breidenbach y Zukrigl, “la globalización es un proceso altamente dialéctico. La homogeneización y la diferenciación, el conflicto y la criollización, la globalización y los elementos locales no son procesos excluyentes, sino que se condicionan recíprocamente” [en Héctor Villarreal, 2006].
Hace pocos años, en el lado sur de la frontera más transitada del mundo —en “la última esquina de Latinoamérica”—, un grupo de jóvenes músicos se dieron a la tarea de componer piezas electrónicas partiendo del sampleo de fragmentos de canciones norteñas y de banda sinaloense, principalmente. “Tijuana es”, escribe Pacho, “una olla podrida o un melting pot donde confluyen y se transforman, con cada nueva camada, diferentes culturas y, desde luego, generaciones musicales. [...] No es de extrañar que, desde los años ochenta surgiera una escena electrónica local, ni que en años más recientes ésta rindiera sus frutos singulares” [en Valenzuela et al., 2004]. Como tampoco es de extrañar que, en una impensable y afortunada vuelta histórica, lograron lo que en su tiempo hizo Piazzolla, y aún más, si advertimos que la música norteña no es precisamente la más rica en armonías y variaciones. Por ello el entusiasmo del periodista Josh Kuhn:

"Olvida lo que sabes de Tijuana. Olvida a las prostitutas baratas, a los marines en descanso, a los jefes del narco disparando sus semi-automáticas, olvida los caminos de terracería y los espectáculos obscenos. Olvida el peligro, olvida el miedo, la preocupación. Olvida a Perry Como cantando “South of the border”. Olvida CNN, olvida “Tía Juana”, olvida TJ2. Entérate de que hay una Tijuana diferente y de que Nortec —un colectivo de músicos, diseñadores gráficos, arquitectos, cineastas, artistas visuales y diseñadores de moda originarios de Tijuana y Ensenada— está aquí para enseñártela" [en Valenzuela et al., 2004]

No es exagerado decir que acaso la del colectivo Nortec sea la creación conceptual más avanzada en la música mexicana contemporánea. (Un paralelo muy interesante, en menor escala, es el de Wakal, con sus sampleos y reutilización del acervo sonoro callejero de la Ciudad de México.) Los sonidos de tubas y acordeones están captados e integrados de forma que parecen un acabado producto más de la tecnología digital. La música de Nortec es un viaje que arranca simultáneamente en el pasado y en la modernidad más plena. La estética cruda y machista de la banda sinaloense se desvanece en un sofisticado racimo de notas electrónicas que se desarrollan con absoluta libertad. La tradición es sublimada y subsumida en un producto equidistante de la frialdad de la modernidad electrónica y de la llaneza tradicional del sonido sinaloense. No debe olvidarse, sin embargo, que “su importancia reside en que se trata de un fenómeno cultural-internacional-trasnacional en un sentido amplio” [H. Villarreal, comunicación directa].
En un concierto reciente al aire libre en la ciudad de Guadalajara el colectivo Nortec compartió el escenario con la banda Aguacaliente en medio de un vistoso despliegue de gráficas y videos que estilizan ingeniosamente la estética propia de los estereotipos del norte. Los miembros del colectivo oficiaban frente a sus computadoras mientras a sus espaldas los integrantes de Aguacaliente eran dirigidos como los elementos de una orquesta sinfónica, dosificando dócilmente las notas señaladas en la partitura, en una extraña sesión que era todo lo contrario de sus explosivos conciertos, en los que tubas y trompetas brotan atronadoramente al unísono. Debe entenderse que este concierto es un guiño y un reconocimiento —quizá complaciente: Nortec es muy superior— a una de las grandes vertientes de que se alimenta el colectivo, y una leve muestra de que la tradición y la modernidad pueden entenderse mejor en los terrenos de la música que en los de la primitiva política, por ejemplo. (Recuérdese que el ex presidente municipal de Tijuana ex candidato a gobernador de Baja California es también el producto más acabado de una nefasta combinación entre el poder del cacique y sus caprichos y la sofisticación de los últimos modelos de armas automáticas.)

Referencias bibliográficas
José Manuel Valenzuela et al., Paso del Nortec. This is Tijuana! (México: Trilce Ediciones / Conaculta / Océano, 2004).
Héctor Villarreal, Imaginarios musicales de la globalización (México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006).

domingo, febrero 01, 2009

Manuel Aceves y la Piedra Rodante



Publicado hoy en Milenio Semanal.

UNOS DÍAS DESPUÉS DEL FESTIVAL DE ROCK de Avándaro, celebrado el 11 de septiembre de 1971, el semanario Auxilio! SOS publicó que ahí se habían reunido “150,000 jóvenes en una orgía de sexo y drogas”, y el tabloide Casos de Alarma! denunció “un infierno de vicio y degeneración” en el que hubo “drogas y perversión sexual”. “Lo peor de todo”, añadía este pasquín, “es que es pura imitación de los hippies gringos”. A decir verdad, esa noche, custodiada por el ejército, escasearon los conflictos y tan sólo una chica mostró su torso desnudo, la legendaria “encuerada de Avándaro”.
Entre 1971 y 1972 el publicista y escritor Manuel Aceves (La Piedad de Cabadas, 1940-Ciudad de México, 6 de enero de 2009) dirigió la revista Piedra Rodante, versión mexicanizada de la célebre Rolling Stone, entonces de afilado perfil contracultural. Ahí apareció la fotografía de la muchacha con los senos al aire, lo cual —más otros contenidos que irritaban al conservadurismo priista-católico de la época— condenó a la revista a su desaparición. Los voceadores eran hostigados por la policía, los anunciantes se retiraban y Aceves recibía llamadas intimidantes en su oficina de la Zona Rosa. El anticomunista diputado del PRI Roberto Blanco Moheno escribió en El Universal que el editor de la Piedra debería ir a la cárcel por “corromper a la juventud” y sugirió la pena de muerte para él, pues no merecía otra cosa un “pornógrafo y promotor de las drogas”. Aceves no ocultaba su simpatía por la cannabis y los derrumbes, pero en las páginas de la publicación alertaba contra la heroína y el “chemo”, que estragaba a los jóvenes de clases bajas. El anuncio de una maquinita para forjar carrujos —la “chanchomona”— fue el pretexto para que Gobernación clausurara la Piedra, que había llegado a tirar hasta 50 mil ejemplares quincenales.
Manuel Aceves y Piedra Rodante no fueron blanco exclusivo de la derecha. La izquierda también se cebó en esa emergente cultura juvenil reflejada en la revista, en la que colaboraron José Agustín y Parménides, entre otros escritores de La Onda. La derecha abominaba la “degeneración” en que se despeñaba la juventud, en tanto que la izquierda veía en el rock, la psicodelia y el amor libre una mera copia de costumbres anglosajonas. Aceves pensaba que ese periodo de imitación sería superado cuando la cultura juvenil hubiera madurado, pero para los dogmas de izquierda el pelo largo y la minifalda eran tan malignos como la Coca Cola y Burger Boy. En su historieta Los Agachados el marxista Rius equiparaba a los hippies y el rock con trajeados hombres de negocios y la televisión y, desde Londres, Carlos Monsiváis —quien ya había escarnecido a la Piedra y su “idiolecto ondero” en Amor perdido— escribía una carta al caricaturista Abel Quezada en la que se confesaba “aterrado” por esa muestra de colonialismo mental: “Es la primera generación de gringos nacidos en México”, sentenciaba la joven conciencia crítica mexicana.
El establishment se impuso, proscribió el rock y ordenó a la policía seguir vejando a los jóvenes. Aceves, editor visionario, se dedicó a la publicidad y a analizar la psique del mexicano a través del pensamiento junguiano, el cual introdujo a México. En su obra Alquimia y mito del mexicano [Grijalbo, 2000] puede leerse una profunda refutación de las tesis de Paz en El laberinto de la soledad. Con Manuel Aceves y la Piedra Rodante la incipiente contracultura contribuyó en algo a transformar la rígida sociedad mexicana. Descansa en paz, maestro.